La necesidad básica de ducharse de cualquier lugar del mundo se hace acuciante en Rio de Janeiro cuando los termómetros marcan 40º y la humedad se acerca al 90%. Pero el ducharse en Brasil también es una cuestión cultural.
Y es que el estar limpio y sobre todo cheiroso “perfumado” es una virtud muy valorada entre los habitantes del quinto país más grande del mundo. Se duchan, por la mañana, se duchan a mediodía, se duchan por la noche,… su ideal parece ser que cualquier gota de agua que corra por sus cuerpos sea de agua, nunca de sudor.
Es normal por ejemplo entre los cariocas que alguien interrumpa una conversación telefónica porque va a ducharse, o que un invitado a una cena llegue a la casa solicitando una ducha en primer lugar. Y desde luego las consecuencias se notan en la nariz: el metro, la discoteca, un concierto, o cualquier lugar concurrido suele tener fragancia de jabón.
Además jabón de pastilla. A los brasileños/as, por lo general parece que no les gusta sentir el tacto de una esponja ni de un gel, que escasean en los estantes del supermercado. Así que si vas de visita allí, no encontrarás gel de baño, pero sí una mueca de discreta desaprobación si ante la pregunta ¿no te duchas? respondes que ya lo has hecho a lo largo del día.
Los europeos tienen fama de guarros en Río. Muchos estudiantes brasileños en Europa cuentan con sorna los problemas que han tenido en familias de acogida cuando les han indicado que gastaban demasiada agua y con auténtica hilaridad su hallazgo en estanterías europeas, de desodorantes que aguantan 72 horas… ¡72 horas sin ducharse!
El choque entre olores europeos y brasileños, ya viene plasmado en la literatura brasileña en 1865. José de Alencar narraba como 200 años antes, un portugués curtido en la batalla, con harapos y sucio de arena encuentra a la indígena Iracema, justo después de haberse bañado. Ella aglutina en su cuerpo varias fragancias de flores exóticas de la selva. Mientras se producía este encuentro literario en América, en el viejo continente comenzaban sus andanzas don Quijote o el Buscón, que no sentían el mismo respeto por la higiene que aquella virgen de labios de miel.
Río de Janeiro es sobre todo sensualidad. Se puede visitar el Cristo del Corcovado, el Pan de Azúcar, el sorprendente parque Lage o el tradicional barrio de Lapa, pero sin duda el mejor plan es sentir la brisa marina y el sol intenso de las playa de Ipanema o Copacabana y pasar el tiempo delante de un coco helado, dejando que el ritmo de la ciudad maravillosa se apodere de nosotros y pensando que la vida es ese instante de felicidad en el que todo y nada está ocurriendo.